Ismael Santos vive en Italia apartado del mundo del baloncesto. Está pensando en mudarse a Francia, donde le sería más sencillo conjuntar trabajo y montaña. Esta última es pasión descubierta gracias a mujer, Kay Rush. Atrás queda su carrera deportiva, sus años en el Real Madrid, del que llegó a ser capitán y con el que ganó, entre otros títulos, la última Copa de Europa conquistada por el equipo blanco. En el recuerdo, la imagen de un especialista en defensa, por necesidades del guión, que tuvo la gran noche de su carrera –al menos es la que ha quedado en la mente de los aficionados- cuando secó a la estrella del Knorr de Bolonia Predag Danilovic. Las necesidades del equipo, las exigencias de sus entrenadores y la calidad de sus compañeros le hicieron convertirse en un especialista, lo que acabó sepultando las habilidades en ataque del que fue jovencísimo debutante en el primer equipo del Real Madrid.
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La decisión de retirarse definitivamente del baloncesto, aunque “nunca se sabe lo que puede pasar en el futuro”, llegó tras poder tener la oportunidad de ver el mundo de la canasta desde otro punto de vista. “Después de decidir retirarme me tomé un año sabático. No me llamaba demasiado la atención seguir en el baloncesto, quizás soy demasiado purista y romántico para el mundo en que vivimos. De todos al final trabajé para una agencia de representantes. Durante un año y medio llevé a cabo la labor de scouting y aprendí cómo es ese trabajo y todo lo que lo rodea. Era mi primera experiencia profesional al margen del baloncesto y me sirvió para saber que no quería trabajar en algo que tuviera que ver con el baloncesto profesional. Cuando estás jugando vives como en una burbuja y luego, cuando aterrizas en la realidad, te das cuenta de todo lo que hay en ese mundo. Tampoco creo que haya que descartar nada en la vida, pero en estos momentos no me veo dentro de una organización tal y cómo está montado esto. No es una crítica, simplemente las cosas son así y las personas nos acoplamos ante las circunstancias y si algo no te gusta, simplemente no debes hacerlo, sobre todo cuando las cosas van contra tus principios”.
La decisión de elegir un devenir profesional alejado de las canchas ha tenido su reflejo en su actitud como espectador. “Como aficionado sigo muy poco el baloncesto. En directo, en los últimos años, sólo recuerdo asistir al debut como entrenador de Sasha Djorjevic, y fui porque tengo una buena relación con él; de hecho, vive también aquí y nos vemos de vez en cuando. Por televisión veo algo más, sobre todo la Euroliga ya que no tengo la posibilidad de seguir la ACB”.
Ricky Rubio
“A Ricky Rubio lo vi jugar por primera vez hace un par de años, en un campeonato de España cadete cuando yo trabajaba todavía como “scouting”. Este año lo he visto contra Olympiacos y en algún otro partido. Tiene unas manos impresionantes que le ayudan a la hora de rebotear, pasar y robar; en lo de robar me recuerda mucho a Ricky Pittis. Son esa clase de jugadores que llegan a todos los balones. Para hacer lo que está haciendo tiene que tener una cabeza privilegiada y, desde luego, en la cancha no se le ve nada tímido”.
El especialista defensivo
Siempre nos quedará el interrogante de qué hubiese sido de la carrera del excapitán blanco si se le hubiese librado de la exigencia de ser el secante del equipo, si hubiese tomado la decisión de dejar al Madrid de sus amores y haber probado ser otra clase de jugador en otro lugar. “A veces me he hecho esa pregunta, y desde luego me la han hecho muchas veces, pero no tiene respuesta. No sería ni justo ni honesto conmigo mismo pensar que, de haber sido las cosas diferentes, yo hubiese acabado siendo otro tipo de jugador. Nadie más es responsable de la propia carrera que uno mismo. Puede que me encasillase en ese “roll” de jugador defensivo y me impusiese una especie de barrera psicológica que luego no fui capaz de superar”. Algo de ello tuvo que haber, porque un jugador no se olvida de las aptitudes atacantes que ha tenido desde niño por tener que asumir un papel muy específico en su equipo. “Luego cuando echábamos concursos de tiro entre los compañeros del equipo podía meter casi las mismas canastas que Alberto Herreros o Alberto Angulo”.
Aunque la pregunta anterior le será planteada continuamente por todos los aficionados con los que se encuentre, Ismael es consciente de que todas las aportaciones suman a la hora de conformar un conjunto. “Dentro de cada equipo siempre me he dado cuenta de mi importancia. He tenido suerte de “ver” el baloncesto desde joven. El estar en un equipo campeón hacía que supiese qué hacer para jugar, siempre sabía adecuarme al equipo. Intenté seguir el ejemplo de los grandes jugadores que saben hacer en cada momento lo que el equipo necesita: a veces pasar, a veces anotar, otras defender. El baloncesto está hecho de muchas cosas y sólo una de ellas es meter puntos. Si tienes que renunciar al brillo de tu actuación personal, tú eres consciente de que lo haces por el bien del equipo, tú lo sabes y tus compañeros también. No me costó asumir ese papel porque tenía la mentalidad del baloncesto como juego de equipo, para formar un grupo hay que sacrificarse. Personalmente no me importaban las estadísticas, muchas veces son engañosas. Siempre se ve más al jugador que mete más puntos, pero yo no me fijaba en la opinión de los periodistas o los aficionados. Me preocupaba mi responsabilidad. Si no te reconocían lo que hacías pues bien y si no también. Las cosas se deben hacer cuando están de acuerdo con los propios principios”.
Un romántico del baloncesto
Santos siempre tuvo su propia opinión de lo que era importante y de lo que no lo era. En la cancha y en la vida. Tras participar en la liga ACB durante nueve temporadas llegó el momento de plantearse el futuro. “Yo tenía una idea romántica del baloncesto, pese a ello no vivo de recuerdos ni miro al pasado si no es para aprender. No soy nostálgico. Siempre había pensado que mi ilusión era retirarme en el Madrid y este equipo era para mí un sinónimo de jugar al baloncesto. A pesar de ello, cuando llego el momento lo acepté”.
Cuando llegó ese momento llegó también una gran oportunidad deportiva y vital. En el plano deportivo no fue una experiencia demasiado prolongada ya que el base-escolta orensano decidió colgar las botas a la edad, apenas rebasada la treintena, en que otros jugadores empiezan a vivir una segunda juventud. “La experiencia en Treviso fue preciosa. Entonces el Benetton era, con diferencia, la mejor organización de Europa. Allí jugué una final de liga y gané una Copa de Italia. De todos modos, el baloncesto había muerto un poco dentro de mí. Por esa sensación y por algunos problemas físicos tomé la decisión de retirarme. El breve paso por Grecia -4 meses- fue casi para decidir qué hacer con mi vida. En la vida hay que hacer las cosas con pasión. Podría haber continuado, como me recomendaba la gente, ganando un buen dinero, pero lo hubiese hecho sin ilusión. Si hubiese podido seguir en el Madrid seguramente hubiese seguido jugando, pero hubiese sido por una cuestión sentimental, porque tenía una identificación total con el equipo. En cualquier caso, no estoy arrepentido de nada”.
Ese romanticismo deportivo del que hace gala Ismael se trasluce en su idea de lo que debe ser un equipo, en lo que deben ser las bases que sustenten el deporte que le ha dado tanto. “Si yo pudiese formar un equipo de basket, lo haría con jugadores de la casa a los que sumaría un par de extranjeros con capacidad para aportar tanto dentro como fuera de la cancha. Aportar valores y principios. Creo firmemente que es eso lo que te da la victoria, siempre puedes encontrar jugadores capaces de meterte 25 puntos, pero jugadores que se sacrifiquen, que se tiren al suelo peleando por un balón... Formar a tus jugadores te da la posibilidad de darles unos valores, hacer que sientan cariño por una camiseta, eso sólo puede pasar con jugadores de fuera después de varios años en un club. Quizás sea un romántico o un tonto, no sé”.
Queda tiempo para echar una mirada atrás, al momento en el que todos nos empezamos a interesar y a entusiasmar por el deporte. “Cuando me aficioné al baloncesto en Orense, en mi colegio lo hice por ver jugadores contra jugadores, ver a un Solozábal contra un Corbalán, a Epi contra Iturriaga o a Fernando Martín contra Audie Norris. No me llamaba el partido en sí, aunque fuese un Barcelona-Real Madrid. Esos enfrentamientos me aportaban más que el propio juego o el marcador del partido. Se pierde la ilusión por el juego cuando no te puedes identificar con los jugadores, cuando no conoces a nadie. Al menos, es mi manera de ver el baloncesto”.
*esta entrada es el resumen de una conversación telefónica con Ismael Santos en el verano de 2007
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